Sufragio femenino: un derecho conquistado pero todavía queda mucho por hacer para conseguir la igualdad de sexos
Rescato unas reflexiones que tenía camufladas en otro post sobre el aniversario de la aprobación del derecho de voto de las mujeres. Las leí en el pleno municipal de octubre.
Este pasado octubre conmemoramos el 75 aniversario de la aprobación, por primera vez en la historia de este país, del derecho del sufragio de voto para las mujeres. El 1 de octubre de 1931, la Constitución de la II República Española, aprobó la igualdad de sufragio para hombres y mujeres. La Segunda República posibilitó que las mujeres fueran elegidas políticamente pero no podían votar; sólo a partir del uno de octubre de 1931, las mujeres conquistamos este derecho.
A partir de esa fecha, las mujeres se convirtieron, por fin, en ciudadanas. Las mujeres emergieron a la esfera política no sólo como mujeres elegidas en las Cortes Españolas, sino como ejercientes de un derecho que significó el comienzo de su participación en la democracia.
Y como artífice de todo esto, una mujer: Clara Campoamor , quien antepuso este derecho de la mujer por encima, incluso, de su propio bienestar. Esta abogada del partido radical recibió, en pago, el más absoluto de los desprecios y marginación política por parte de sus propios compañeros de partido. También hay que recordar de forma especial a María Domínguez (Pozuelo de Aragón, 1882-Fuendejalón, 1936) por ser la primera alcaldesa del estado español. Fue alcaldesa de Gallur en 1932, aunque no terminó el mandato. Poetisa, maestra y periodista, murió fusilada en la tapia del cementerio de Fuendejalón al comienzo de la guerra civil. Su marido moriría de la misma manera en otra localidad zaragozana.
Cinco años después, el golpe de estado fascista condenó a toda la sociedad a vivir desprovista de la condición de ciudadanía durante cuarenta años. Los hombres también sufrieron la involución de las libertades pero para las mujeres, la dictadura significó un retroceso brutal en sus derechos conquistados durante sólo cinco años, ya que el franquismo volvió a exacerbar los valores del patriarcado y el poder del androcentrismo incluso con leyes que obligaban a las mujeres a dejar de trabajar y a tener una vida propia cuando se casaban.
El patriarcado resurgió con fuerza como el dominio masculino sobre las mujeres, los niños y las niñas y sobre la sociedad en general. Se constituyó como un sistema de relaciones de poder basado en las particularidades biológicas pero de ahí se ha ido elevando a la categoría política y la económica. El hombre toma el poder sometiendo a las mujeres a ser esclavas de su maternidad y apropiándose de su fuerza de trabajo, como apunta Amparo Tomé González.
El éxito del patriarcado radica en que consigue vampirizar el trabajo femenino. Desvaloriza las acciones que realiza y oculta el lugar que ocupa la mujer en los ámbitos públicos y privados.
Esto es lo establecido y por eso no interesa cambiar. Con este panorama, a los hombres no les interesa considerar iguales a las mujeres.
Clara Campoamor fue la primera en intentar cambiar este esquema social y mental basado en la fuerza, en el sometimiento. Dio un paso gigantesco que, sin embargo, 75 años después sigue sin culminarse. No hay que mirar a nuestro alrededor para ver cómo el patriarcado ha impedido que las mujeres alcancen la igualdad de condiciones. Sigue existiendo desigualdad salarial por el mismo trabajo a pesar, incluso, de que la ley lo prohibe. No hay casi mujeres dirigiendo empresas, entidades financieras, universidades, sindicatos o partidos políticos. La mujer sigue sin aparecer en la escena pública incluso el lenguaje condena a la sociedad a tener sólo médicos, ingenieros, abogados o jueces.
Se considera normal conjugar sólo en masculino para reflejar una realidad que también contempla lo femenino. El “todos” o el “nosotros” condena a la mujer al exilio lingüístico provocando su desaparición porque sólo existe aquello que se nombra.
Lo más dramático es que muchos hombres siguen considerando a la mujer objeto de su propiedad al ejercer contra ellas una violencia incomprensible. La violencia de género sigue siendo una lacra lacerante indigna de una país democrático. Esta violencia es la evidencia de que nuestra sociedad sigue conviviendo con patrones mentales intolerables en el siglo XXI. El problema es que estos patrones se siguen transmitiendo de padres a hijos, de madres a hijas, en los anuncios publicitarios o en los colegios.
Hace casi un año, desde la Concejalía que presido, organizamos unas jornadas sobre la Co-educación en valores de igualdad con el fin de reflexionar y empezar a tomar medidas sobre la transmisión de estos estereotipos androcentristas que imposibilitan que la mujer ocupe el mismo espacio social que el hombre. Lo primero de todo fue detectar cuáles eran estos estereotipos, prácticamente invisibles ya que permanecen ocultos en el subconsciente de quien los transmite. El colegio sigue inculcando parámetros basados en el mundo masculino. Es decir, la mayoría de las niñas y niños salen del colegio con la idea conformada de que ellos están preparados para ocupar un importante puesto en la sociedad mientras que las niñas asimilan que el papel más importante que van a desempeñar es el que les depara la maternidad estando todo lo demás supeditado a ese primer papel.
Estos estereotipos son los culpables, en buena medida de que las mujeres no quieran, voluntariamente, participar de forma activa en la esfera social. Algo que se solucionaría si tanto los hombres como las mujeres aprendiéramos a compartir igualitariamente las tareas. La maternidad no puede ser una carga ni la casa un doble turno de trabajo. La responsabilidad de las mujeres radica en inculcar esto a sus hijas y en enseñar a sus hijos a hacerse cargo y compartir la paterno-maternidad.
Por eso hago un llamamiento, en primer lugar, a todas las mujeres para que sigamos el ejemplo de Clara Campoamor. Si no somos las mujeres las que nos decidamos a cambiar una sociedad que nos perjudica claramente, nadie lo va a hacer por nosotras.
También hago un llamamiento a los hombres para que se replanteen el papel que están desempeñando en la sociedad. Estoy convencida de que saldrán ganando como personas si son capaces de asumir la paternidad y el mundo doméstico como lo prioritario en sus vidas.
Como dijo mi compañera Yolanda Echeverría en las Cortes de Aragón, estos 75 años de luces y de sombras nos han enseñando que los derechos y las libertades hay que defenderlos, hay que consolidarlos y hay que ampliarlos día a día porque la libertad sólo se gana ejerciéndola.
A partir de esa fecha, las mujeres se convirtieron, por fin, en ciudadanas. Las mujeres emergieron a la esfera política no sólo como mujeres elegidas en las Cortes Españolas, sino como ejercientes de un derecho que significó el comienzo de su participación en la democracia.
Y como artífice de todo esto, una mujer: Clara Campoamor , quien antepuso este derecho de la mujer por encima, incluso, de su propio bienestar. Esta abogada del partido radical recibió, en pago, el más absoluto de los desprecios y marginación política por parte de sus propios compañeros de partido. También hay que recordar de forma especial a María Domínguez (Pozuelo de Aragón, 1882-Fuendejalón, 1936) por ser la primera alcaldesa del estado español. Fue alcaldesa de Gallur en 1932, aunque no terminó el mandato. Poetisa, maestra y periodista, murió fusilada en la tapia del cementerio de Fuendejalón al comienzo de la guerra civil. Su marido moriría de la misma manera en otra localidad zaragozana.
Cinco años después, el golpe de estado fascista condenó a toda la sociedad a vivir desprovista de la condición de ciudadanía durante cuarenta años. Los hombres también sufrieron la involución de las libertades pero para las mujeres, la dictadura significó un retroceso brutal en sus derechos conquistados durante sólo cinco años, ya que el franquismo volvió a exacerbar los valores del patriarcado y el poder del androcentrismo incluso con leyes que obligaban a las mujeres a dejar de trabajar y a tener una vida propia cuando se casaban.
El patriarcado resurgió con fuerza como el dominio masculino sobre las mujeres, los niños y las niñas y sobre la sociedad en general. Se constituyó como un sistema de relaciones de poder basado en las particularidades biológicas pero de ahí se ha ido elevando a la categoría política y la económica. El hombre toma el poder sometiendo a las mujeres a ser esclavas de su maternidad y apropiándose de su fuerza de trabajo, como apunta Amparo Tomé González.
El éxito del patriarcado radica en que consigue vampirizar el trabajo femenino. Desvaloriza las acciones que realiza y oculta el lugar que ocupa la mujer en los ámbitos públicos y privados.
Esto es lo establecido y por eso no interesa cambiar. Con este panorama, a los hombres no les interesa considerar iguales a las mujeres.
Clara Campoamor fue la primera en intentar cambiar este esquema social y mental basado en la fuerza, en el sometimiento. Dio un paso gigantesco que, sin embargo, 75 años después sigue sin culminarse. No hay que mirar a nuestro alrededor para ver cómo el patriarcado ha impedido que las mujeres alcancen la igualdad de condiciones. Sigue existiendo desigualdad salarial por el mismo trabajo a pesar, incluso, de que la ley lo prohibe. No hay casi mujeres dirigiendo empresas, entidades financieras, universidades, sindicatos o partidos políticos. La mujer sigue sin aparecer en la escena pública incluso el lenguaje condena a la sociedad a tener sólo médicos, ingenieros, abogados o jueces.
Se considera normal conjugar sólo en masculino para reflejar una realidad que también contempla lo femenino. El “todos” o el “nosotros” condena a la mujer al exilio lingüístico provocando su desaparición porque sólo existe aquello que se nombra.
Lo más dramático es que muchos hombres siguen considerando a la mujer objeto de su propiedad al ejercer contra ellas una violencia incomprensible. La violencia de género sigue siendo una lacra lacerante indigna de una país democrático. Esta violencia es la evidencia de que nuestra sociedad sigue conviviendo con patrones mentales intolerables en el siglo XXI. El problema es que estos patrones se siguen transmitiendo de padres a hijos, de madres a hijas, en los anuncios publicitarios o en los colegios.
Hace casi un año, desde la Concejalía que presido, organizamos unas jornadas sobre la Co-educación en valores de igualdad con el fin de reflexionar y empezar a tomar medidas sobre la transmisión de estos estereotipos androcentristas que imposibilitan que la mujer ocupe el mismo espacio social que el hombre. Lo primero de todo fue detectar cuáles eran estos estereotipos, prácticamente invisibles ya que permanecen ocultos en el subconsciente de quien los transmite. El colegio sigue inculcando parámetros basados en el mundo masculino. Es decir, la mayoría de las niñas y niños salen del colegio con la idea conformada de que ellos están preparados para ocupar un importante puesto en la sociedad mientras que las niñas asimilan que el papel más importante que van a desempeñar es el que les depara la maternidad estando todo lo demás supeditado a ese primer papel.
Estos estereotipos son los culpables, en buena medida de que las mujeres no quieran, voluntariamente, participar de forma activa en la esfera social. Algo que se solucionaría si tanto los hombres como las mujeres aprendiéramos a compartir igualitariamente las tareas. La maternidad no puede ser una carga ni la casa un doble turno de trabajo. La responsabilidad de las mujeres radica en inculcar esto a sus hijas y en enseñar a sus hijos a hacerse cargo y compartir la paterno-maternidad.
Por eso hago un llamamiento, en primer lugar, a todas las mujeres para que sigamos el ejemplo de Clara Campoamor. Si no somos las mujeres las que nos decidamos a cambiar una sociedad que nos perjudica claramente, nadie lo va a hacer por nosotras.
También hago un llamamiento a los hombres para que se replanteen el papel que están desempeñando en la sociedad. Estoy convencida de que saldrán ganando como personas si son capaces de asumir la paternidad y el mundo doméstico como lo prioritario en sus vidas.
Como dijo mi compañera Yolanda Echeverría en las Cortes de Aragón, estos 75 años de luces y de sombras nos han enseñando que los derechos y las libertades hay que defenderlos, hay que consolidarlos y hay que ampliarlos día a día porque la libertad sólo se gana ejerciéndola.
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